Páez vive, Memoria de la tragedia del 6 de junio de 1994


Silvia Margarita Cardozo Escobar
Comunicadora Social – Fundación Universitaria de Popayán

Al nororiente del departamento del Cauca, en las estribaciones de la cordillera central, bañado por ríos y lagunas, y adornado por el majestuoso Volcán Nevado del Huila, se ubica el municipio de Páez, un territorio pluriétnico y multicultural, lleno de magia, bellos paisajes, suelos fértiles, y gran riqueza natural; de gente amable, trabajadora y, sobre todo, resiliente, pues a través de los años ha tenido que sufrir los azotes del conflicto armado y la furia de la naturaleza, sin embargo, no pierden el amor y la esperanza en el territorio que los acogió y vio nacer.

Uno de los sucesos más importantes y a la vez dolorosos que ha vivido el municipio fue la tragedia del 6 de junio de 1994, este día marcó un antes y un después en la historia de Páez y en la vida de sus gentes. Fue un lunes festivo que transcurrió con normalidad y en total tranquilidad, al menos hasta las 3:47 de la tarde, aproximadamente, cuando un fuerte temblor sacudió esta zona del país.

La tierra se movió de una forma en que no lo había hecho nunca antes, las casas, los postes, los árboles y todo lo que estuviera en pie se mecía de un lado a otro con tal fuerza y violencia, las personas no podían correr ni caminar bien porque el movimiento era tan brusco que era capaz de tirarlos al suelo.

Según los reportes, el sismo fue de 6,4 grados en la escala de Richter con epicentro en la zona de Dublín, al norte del municipio en las faldas del Volcán Nevado del Huila. Esos instantes, durante el terremoto y justo después de él, fueron llenos de caos y pánico; la incertidumbre, la confusión y el miedo infinito se apoderaron de todos los habitantes a lo largo del territorio; una gran nube de gritos desesperados y llantos desconsolados cubrió la cabecera y en general a todo el municipio.

Aunque cada uno tiene una historia propia de cómo vivió la tragedia y aunque en cada zona fue diferente, todos coinciden en estos sentimientos de desolación y desesperanza.

Antes de continuar, es importante resaltar que esta avalancha no fue producto de una erupción volcánica. Los meses de abril, mayo y lo que había corrido de junio fueron de intensas lluvias, por lo que las montañas, que actúan como grandes esponjas, estaban cargadas de toneladas de agua. Al momento del terremoto estas se desprenden, sobre todo las del norte del municipio que estaban cerca del epicentro, y todo el lodo producto de los deslizamientos cayó al río Páez y a sus quebradas afluentes, provocando grandes y numerosos represamientos

Se formó una gran masa de barro, palos, tierra y árboles, y eso fue lo que bajó por la cuenca del río Páez convertido en una gran avalancha.


Este no era un tema nuevo o desconocido para los paeces, ya que años atrás se había dado una alerta por una creciente con esas mismas características que fue lo suficientemente grande para hacer algunos daños en puentes y carreteras. El Sistema Nacional del Riesgo ya había visitado la zona y hecho los respectivos estudios, y advirtió que en un futuro se podrían producir avalanchas de mayor magnitud. Teniendo en cuenta esto, se empezaron a impartir una serie de talleres y capacitaciones en prevención y atención de desastres. Aunque se hizo, o trató de hacerse, un trabajo de prevención y pedagogía con la comunidad, la mayoría fueron indiferentes frente al tema pues creyeron que eran cifras exageradas y un escenario imposible que ocurriera, fue algo así como la crónica de una muerte anunciada.

Cerramos ese paréntesis y continuamos con la sucesión de hechos en el casco urbano de Belalcázar aquel fatídico 6 de junio.

Todos tenemos claro que al momento de un temblor lo ideal es ubicarnos en un lugar abierto y despejado donde haya menos posibilidades de que alguna estructura nos pueda caer encima, y justo eso fue lo que hizo la gente, inmediatamente después del terremoto algunos se ubicaron frente a sus casas, otros corrieron hacia la cancha y al parque central buscando algo de refugio.

Por fortuna los miembros de la Cruz Roja Colombiana – Unidad Operativa Páez que fueron visionarios, recordaron los cursos, capacitaciones y las recomendaciones que un tiempo atrás había hecho el Sistema de Prevención de Desastres; pensaron que muy probablemente el terremoto causaría deslizamientos que represarían los ríos y quebradas.

Por esa razón, se dispusieron a tomar las medidas de prevención que consideraron necesarias en ese momento e iniciaron por alertar a la comunidad recomendando en lo posible alejarse de la ribera del río y ubicarse en la parte alta del pueblo. Gracias a la rápida y oportuna acción de este grupo de socorristas muchas personas pudieron salvaguardar su vida antes de que pasara la avalancha.

Después de unos minutos, la gente que se encontraba en la parte alta de la montaña empezó a gritar alertando a las personas para que corrieran hacia la loma, pues, en la cuenca del río, se observaba una gran polvareda que avanzaba a toda velocidad. En ese momento fue donde todos supieron que no solo había ocurrido un terremoto, sino que estaba acompañado de algo más, algo mucho más grande, oscuro y trágico. Todo esto ocurrió en cuestión de 10 minutos aproximadamente. Aún sin saber con certeza lo que realmente pasaba, como por inercia, siguiendo sus instintos de supervivencia y obedeciendo a una fuerza extraña, los habitantes buscaban ubicarse en un lugar seguro, lo más lejos posible del río. Subieron corriendo por las lomas que rodean la cabecera, por caminos, por trochas, abriéndose paso entre el monte. No había cansancio ni agitación, las piernas no dolían, solo existía la necesidad de correr y correr, tenían la sensación de que si se detenían, el lodo los alcanzaría. Algunos valientes que se atrevieron a mirar hacia atrás, pudieron ver cómo la gran masa de lodo espeso se llevaba parte del pueblo y cómo desgarraba de raíz las casas que se deshacían como un frágil barquito de papel.

La mayoría se congregó en La Mesa, parte alta de Belalcázar; antes de que oscureciera, la gente se dispuso a improvisar cambuches con palos, guaduas y plásticos para pasar la noche resguardados un poco del frío y la lluvia que no cesaba.  Los temblores tampoco se detenían, las réplicas seguían con intervalos de algunos minutos, unas más fuertes que otras, estas últimas volvían a poner en alerta a la gente que permanecía con los nervios a flor de piel. Transcurrió esa noche entre llantos, sollozos, rezos y de fondo, el fuerte rumor del río que emanaba un horrible olor a barro podrido.

Por otro lado, la situación de los pobladores del norte del municipio fue mucho más grave. Allá, al momento del temblor se escuchó un fuerte estruendo e inicialmente se creyó que el volcán había hecho erupción, pero no, era la tierra que bramaba y se estremecía furiosa. Sintieron el terremoto mucho más fuerte por estar tan cerca del epicentro. Todo ocurrió rápido y en simultáneo, de modo que las personas que alcanzaron a salvarse de quedar atrapadas por los techos, vigas y paredes que se cayeron, aún no se reponían del susto cuando las montañas y ríos se les vinieron encima. Inmediatamente después del temblor, el río bajó enfurecido arrasando con todo lo que encontraba en su camino: casas, puentes, carreteras, animales, personas. Desde luego, la fuerza de la naturaleza ese día se mostró de la forma más brutal y cruel.

El pueblo de Irlanda prácticamente desapareció del mapa. La pequeña quebrada Musequina o Musequinde se represó debido a múltiples deslizamientos en su parte alta y bajó con tanta fuerza y tanto caudal que sepultó toda vida que existía ahí. Lo que antes era un pueblo próspero, de gente amable, pujante, trabajadora, llena de sueños y proyectos, quedó convertido en una gigantesca playa de tierra y palizada. Solo unas pocas casas quedaron en pie, donde muy pocas personas lograron salvar su vida, como si de un milagro se tratara. No obstante, quedaron a la deriva, resguardadas en una pequeña loma que amenazaba con venirse abajo con cada réplica del temblor e incomunicados del resto del mundo que tal vez los daba por muertos.

De igual forma, el pueblo de Tóez desafortunadamente corrió con la misma suerte, el lodo cubrió de muerte y destrucción cada esquina de lo que minutos antes era un hermoso caserío. Ahí algunas personas alcanzaron a ser rescatadas de entre los escombros dejados por el terremoto, antes de que bajara la avalancha que pasó a sus anchas por el amplio valle dejando una estela de muerte y desolación. Los sobrevivientes lograron ubicarse en la Meseta de Tóez y ahí encontraron refugio provisional entre tanto desastre y dolor, esperando ser rescatados lo antes posible.

Por su parte, la población de Mosoco, ubicada más al noroccidente sobre la cordillera, sufrió principalmente los estragos del terremoto. Todas las construcciones que formaban el caserío se desplomaron como un frágil castillo de naipes con el temblor. En cuestión de segundos todo quedó reducido a escombros, solo quedaron grandes montículos de paredes destruidas, techos caídos, hierros doblados, y una espesa nube de polvo después del gran estruendo que se escuchó como si estallaran cientos de cañones al tiempo.

La población de Wila no fue la excepción, a ellos los afectó un gran deslizamiento que se desprendió desde la parte alta del pueblo, y, por otro lado, el represamiento del río San Vicente que pasaba justo al lado del caserío. Aproximadamente 24 de las 28 casitas que conformaban el pueblo quedaron bajo el lodo. En ese lugar, perecieron casi todos sus habitantes a quienes la tragedia los sorprendió en medio de una jornada deportiva.


Desde luego, estos son solo algunos de los pueblos con más daños y pérdidas, pero en general todos los caseríos del norte del municipio se vieron gravemente afectados. Entre ellos Moras, La Símbola, Cuetandiyó, parte de Tálaga, El Cabuyo, La Troja, El Cuartel, Botatierra, Salamanca, San José y Vitoncó; algunos fueron borrados totalmente del mapa y a otros los afectó el terremoto, los deslizamientos o las avalanchas.

La tragedia dejó pérdidas humanas y materiales incalculables, se destruyeron colegios, carreteras, puentes, cultivos, centros de salud, y varios pueblos y caseríos prácticamente desaparecieron; miles de familias quedaron damnificadas y cientos de niños huérfanos. En Belalcázar el río se llevó el cementerio, el hospital, el barrio La Floresta, parte de la Normal Nacional, el campamento de Obras Públicas y la cancha de fútbol “Luis Arnulfo Medina”.

En conclusión, Páez se convirtió en un gigantesco campo santo, el luto envolvió a sus habitantes que milagrosamente sobrevivieron. Sin embargo, aún no se reponían del shock causado por la tragedia y para quienes era difícil procesar la magnitud de lo ocurrido. El territorio, quedó separado como si fuese pequeñas islas conformadas por múltiples asentamientos en lomas y mesetas donde se refugiaron temporalmente los sobrevivientes. En ellos se construyeron cambuches, se buscaba entre las ruinas y escombros algo que pudiera servir y fuera útil en el momento, se dio sepultura a los cadáveres encontrados y, en precarias condiciones, pero con toda la buena voluntad, se le brindó auxilio a heridos y enfermos.

No obstante, hay que resaltar que, en medio de la tragedia brilló la solidaridad que caracteriza al pueblo paez, en cada asentamiento compartieron la comida, las cobijas, el techo, se daban apoyo moral entre ellos, e incluso los bebés compartieron la leche materna. Fueron horas, y para otros largos días de total incertidumbre, donde la mayoría estaban rodeados de lodo, en inminente riesgo, incomunicados del mundo, sin comida, con la sensación de que en cualquier momento les llegaría la muerte, unos pensando en sus seres queridos que tal vez habrían muerto, otros con el único deseo de huir de ese mar de desolación a como diera lugar. Al día siguiente, hacia el mediodía, llegaron los primeros helicópteros de los noticieros nacionales y de esta forma el mundo pudo conocer las primeras imágenes de la tragedia. Horas después, empezaron a llegar los vuelos de rescate que aterrizaban en improvisados helipuertos dándole prioridad a los heridos, mujeres, niños y ancianos. Así lograron poner en un sitio seguro a los sobrevivientes que se encontraban en zonas de altísimo riesgo. En efecto, los siguientes días fueron un constante ir y venir de helicópteros, unos de evacuación y otros que traían ayuda humanitaria proveniente de muchas partes del territorio nacional y mundial. Todos los días salían vuelos hacia Inzá, Popayán, La Plata y Neiva, las personas hacían largas filas para huir de aquel lugar, que era su hogar, pero que ahora representaba una amenaza. Daba igual el sitio al que los llevaran, el único objetivo era irse lejos de ahí.

En este punto es preciso destacar y agradecer la solidaridad que tuvo el pueblo colombiano con los damnificados de la tragedia del río Páez, desde todos los lugares del país llegaron víveres, ropa, frazadas, medicamentos, plásticos, carpas; se abrieron cuentas de ahorro y centros de acopio para recibir donaciones; se recibieron también equipos médicos y de rescate, y acudieron muchos médicos, psicólogos y miembros de los diferentes organismos de socorro.  Los días pasaron, las heridas estaban abiertas, el dolor seguía latente, y aunque nada volvería a ser como antes, la vida debía continuar, debían vivir por sus familiares, amigos, vecinos y paisanos que fallecieron en la tragedia.

Poco a poco se fueron construyendo pequeños puentes y tarabitas para poder desplazarse a otros sitios y conectar las comunidades que habían quedado incomunicadas. Se empezaron a abrir los caminos y carreteras que habían sido tapados por el lodo. Se adecuaron sitios para que los docentes de los diferentes colegios y escuelitas reanudaran las clases. Iniciaron las reubicaciones hacia otras zonas del departamento y del país. La gente de a poco fue retornando a sus hogares y labores cotidianas.

Las imágenes de la avalancha aún siguen vivas y nítidas en la memoria de los paeces, como un recuerdo doloroso que jamás se borrará.

Finalmente, según los balances, los efectos directos o indirectos de la avalancha afectaron a 15 municipios, 9 pertenecientes al Cauca y 6 al Huila. Aproximadamente 1.100 personas fallecidas, 7.511 familias afectadas y 1.600 personas desplazadas por la tragedia hacia otros departamentos.

En este trabajo el interés principal era realizar un proceso de memoria donde pudiéramos conocer los pueblos antes y después de la avalancha, su cultura, tradiciones, festividades, creencias. Y, la mejor forma de hacerlo fue a través de las propias vivencias de sus habitantes. Recurrimos a algunos sobrevivientes de la avalancha que vivían en estos pueblos que fueron los más afectados, con el fin de que fueran ellos mismos quienes contaran su historia de vida, su trayectoria, la forma en que vivieron la tragedia, la visión de sus territorios en ese entonces y los cambios que tuvo el municipio después de ese día que cambiaría la historia para siempre.

Obtuvimos entonces las historias de vida de:

Mirna Rosa Cardozo, una docente oriunda de Irlanda, quien cuatro días antes de la tragedia, había iniciado una licencia como docente en el Seminario Indígena de Páez. El río le arrebató a sus padres, a cuatro de sus hermanos y a su pequeña hija de tres años: Liceth Tatiana. A pesar de todas las adversidades y dificultades que debió padecer en los días y meses siguientes, Mirna logró salir avante y en la actualidad es una madre ejemplar que se desempeña como una consagrada maestra en la Institución Educativa San Miguel de Avirama, Páez.

Misael Muñoz, un boyaco de las lejanas tierras de Úmbita, quien muy joven, a la edad de siete años, llegó a los fríos parajes de Irlanda, traído con su familia por los sacerdotes vicentinos, para dedicarse al cultivo de la papa. Y aunque se encontró con una cultura diferente, la de los indígenas paeces, pronto logró acomodarse a sus hábitos y costumbres, al punto que llegó a conformar su hogar con una nativa paez, unión de la que nacieron tres hijos, una ya fallecida. La situación crítica que se vivió luego de la tragedia, con la reubicación de muchos pueblos y paisanos en otros sitios de la geografía colombiana, requería de verdaderos jefes que asumieran los retos que imponía el momento, y encontró en don Misael un líder innato, forjado, curtido y formado en los avatares de la vida, que se puso al frente de su comunidad y la logró sacar adelante. Y aunque algunos familiares le pidieron que se fuera de Tierradentro porque esto por acá era muy peligroso, él decidió quedarse aquí porque es agradecido con la tierra que lo adoptó; por eso siempre ha dicho: “aquí estoy y aquí me quedo”.

Esneda Arenas, quien tiene uno de los testimonios más desgarradores e impresionantes que se pueda conocer de esta tragedia. Solo a la luz de la fe, y confiando en que hay momentos en que el Creador “mete su mano”, o “enciende su lucecita” para guiar nuestros caminos y hacer más llevaderos nuestros sufrimientos, se puede comprender todo lo que ella vivió y padeció durante cinco días, en compañía de sus dos pequeños hijos y su sobrino, para que en la actualidad pueda estar “contando el cuento”. Historia digna de una película de terror y superación que tendría un final feliz con su protagonista, agradecida con Dios, y convertida en una líder que trabaja y lucha por su comunidad.

Pedro Pete, un líder nasa que se hizo a pulso. Desde muy joven inició el liderazgo en su comunidad y a los 25 años llegó a ocupar un escaño en el concejo municipal. Precisamente, una sesión ese 6 de junio, una casualidad del destino porque ese era un lunes festivo, hizo que no estuviera cerca al sitio del epicentro del terremoto y pudiera salvar su vida; eso sí, a costa de perder las de sus padres y muchos familiares que se encontraban en una minga en la vereda de Yuseyú. Las necesidades y dificultades en que quedó sumido su pueblo lo llevaron a intensificar su liderazgo, pensando siempre en el bien de la comunidad. Por eso la tiene clara cuando afirma: “entendí que no podemos correrle a la muerte, que tarde o temprano y en cualquier lugar, nos va a alcanzar, y por eso no me fui, yo debía quedarme aquí sirviéndole a mi comunidad”.

Estas historias con los testimonios completos están recopiladas en el libro virtual “06-06-1994: Testimonios de un Páez Resiliente”, los invito a leerlas y conocer más de estos ejemplares paeces y, por supuesto, un poco de la historia de sus pueblos, pueden hacerlo ingresando al sitio web: https://issuu.com/silviamarg99/docs/testimonios_de_un_p_ez_resiliente.


Todos coinciden en el amor y nostalgia que sienten al recordar sus lugares de origen y en el pensamiento de que, de no haber ocurrido la avalancha, hoy día serían pueblos grandes y prósperos.

Por ejemplo, Tóez e Irlanda eran grandes e importantes centros de la educación en el municipio al contar con el Internado Escolar y el Seminario Indígena, respectivamente. A ellos llegaban estudiantes desde otras partes del departamento y del país, y ahí se formaron varios de los grandes líderes y profesionales que han trabajado todos estos años desde diversas áreas en pro del desarrollo del municipio.

En los relatos de nuestros entrevistados descubrimos que sus pueblos estaban llenos de tradiciones, festividades y manifestaciones culturales y religiosas. Estas últimas eran de gran relevancia en las comunidades y las familias: la Semana Santa se vivía con mucha devoción y respeto; las fiestas patronales de cada pueblo eran motivo de júbilo y alegría; cuando un miembro de la familia recibía sus sacramentos era un día especial; la navidad era una época de unión familiar alrededor del pesebre, unida con otras tradiciones gastronómicas como el preparar platos navideños para compartir con los amigos y vecinos; otra costumbre decembrina muy bonita era el recorrido del Niño Dios por las comunidades, lo acompañaban muchos niños al son de los tambores y flautas.

Se celebraba el San Juan y San Pedro, que, si bien son fiestas religiosas, las acompañaban además con reinados, baile, pachanga, chicha y mote. También se organizaban ferias ganaderas y comerciales donde la gente podía mostrar y comercializar sus productos, cultivos y animales; exponer sus caballos, vacas lecheras y toros reproductores. En ellas se hacían además concursos, rifas y exposiciones artesanales.

Eran pueblos muy tranquilos y amañadores, de gente amable, humilde, pujante y trabajadora; su ubicación era propicia para la comercialización de productos, donde las principales fuentes de economía eran la agricultura y la ganadería.

La avalancha se llevó consigo muchos de los proyectos que esta zona tenía para el futuro y en su lugar dejó una serie de problemáticas sociales, nuestros entrevistados consideraron que la principal fue la salida de muchas personas de sus territorios de origen de manera forzosa hacia otras zonas nuevas y desconocidas para muchos, que a su vez tenían sus propias tradiciones y dinámicas, por lo tanto, esto implicó enfrentar nuevos retos y una adaptación anímica, psicológica y cultural. El hecho de insertarse en otro ambiente, predominantemente mestizo, hizo que lentamente se perdieran diferentes valores culturales y costumbres propias de su etnia que habían practicado durante muchos años.

Otro punto grave, fue la cantidad de familias que tuvieron que vivir en cambuches en diferentes lugares durante unos años hasta que las reubicaron y les dieron una vivienda digna. Durante mucho tiempo, permanecieron en una constante inestabilidad en aspectos como la educación, la salud y el trabajo. Por supuesto, no podemos ignorar la cantidad de traumas, ausencias y duelos que quedaron tras la tragedia; algunos afortunados contaron con un acompañamiento psicológico temporal, pero otros tantos, me atrevería a decir que la mayoría, tuvieron que continuar sus vidas, gestionando sus emociones y miedos a su manera.


Sin embargo, en medio de toda la oscuridad que acompañó la tragedia también se identificaron aspectos positivos, como el fortalecimiento de los organismos de socorro, la red de comunicaciones en emergencias, y el conocimiento y apropiación de los temas relacionados con la gestión y prevención del riesgo de desastres.

Se modernizó la infraestructura del municipio al crearse la Corporación Nasa Kiwe, entidad del Estado dedicada a la reconstrucción de toda la cuenca del río Páez, y que hasta el día de hoy ha contribuido a la construcción de viviendas, carreteras, puestos de salud…

Por otra parte, se enriqueció la literatura, la música y la poesía. Lo ocurrido sirvió de inspiración para muchas personas, surgieron diversos compositores de canciones y poemas, quienes en sus letras trataban de reflejar el dolor, pero también la esperanza de un pueblo; quizá esa fue una forma de canalizar y expresar todo lo que estaban sintiendo y que los invadía por dentro.

Varios testimonios coinciden en que la tragedia de alguna forma trajo desarrollo y más posibilidades de progreso para los habitantes que antes se sentían ignorados o abandonados por los mandatarios departamentales y nacionales, afirman que, si no hubiera ocurrido la avalancha, el municipio tal vez estaría más atrasado en cuanto a infraestructura, carreteras, puentes, comercio y empleo.

El terremoto de Páez ha sido uno de los más mortíferos del país en los últimos años junto con el de Armenia ocurrido en 1999, el cual dejó 214.388 víctimas aproximadamente (El País, s.f.), y ha sido una de las tragedias más grandes del país después de la avalancha de Armero en el año 1985 donde murieron aproximadamente 23.000 personas (El Heraldo, 2015). Sin embargo, poco se nombra y poco se le conoce.

Está en nuestras manos aprovechar cada oportunidad para darle visibilidad a este evento, contarle al mundo lo sucedido, que sepan que en las entrañas de Páez existieron pueblos prósperos, gente pujante y llena de sueños. Un día, el río nos arrebató muchos de nuestros seres y lugares más preciados, pero no pudo arrancarle el alma a este municipio que, a pesar del dolor, no ha dejado de florecer.

Sea esta también una oportunidad para reflexionar sobre lo pasajeros que somos por el mundo, para valorar la vida, agradecer por la presencia de nuestros amigos, vecinos y familiares porque realmente no sabemos cuándo será la última vez que los veamos. Debemos preocuparnos por dejar huella con nuestras acciones porque eso será lo único que quedará de nosotros.

Finalmente, se puede afirmar que todo esto forjó el carácter de un pueblo que ha sido azotado por la fuerza de la naturaleza y del mismo hombre, convirtiéndolo en una raza resiliente, que a pesar de todo lo adverso no flaquea, que en los problemas ve oportunidades para ser mejores, que como el ave fénix ha surgido desde los escombros y día a día lucha y trabaja por un presente y futuro mejor.

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